Escondido dentro de la serranía, las cascadas del Cerro de la Silla, en Guadalupe, se engalanan con una constante y limpia corriente.
El agua que acentúa su belleza, sin embargo es también una alerta a considerar.

El camino hay que andarlo con cuidado porque está lleno de lodo, piedras y todavía hay muchos escurrimientos que bajan del cerro.
Pero la dificultad de su acceso es bien recompensada por la naturaleza que regala una postal que pocas veces vemos en la metrópoli.
Ver las cascadas rebosantes de agua es una oportunidad que no puede ser desperdiciada y lo único que pide a cambio la naturaleza es que se mantenga limpio este paraje.
