Analicemos el caso del Pollo Matón del pasado 10 de mayo. No buscaré posibles culpables (para eso está la autoridad competente) sino la falla sistémica que pudo haber sucedido en este caso y que llevó a tan lamentables consecuencias. Aventuraré una hipótesis.
Tal parece que la muerte de estos dos menores se debió a la ingesta de un pollo en descomposición. Su padre lo compró en una aplicación de servicio a domicilio a una cadena de restaurantes de pollos rostizados.
Generalmente en estos casos se busca la falla específica: ¿los pollos estaban contaminados antes de llegar a los centros de distribución? (hipótesis dudosa porque no se reportan otros casos similares), ¿las piezas quedaron crudas y se descompusieron en el trayecto? Etcétera.
La realidad es que los sistemas complejos fallan (y una cadena de restaurantes es un sistema complejo), incluso cuando, según su lógica interna, puede dar la apariencia de ser exitosa. Podrá darse con el o los presuntos culpables, podrá hallarse el error en la revisión de mantenimiento, pero la clave seguirá estando en la empresa por el exceso de demanda (en el caso de estos menores ocurrió el 10 de mayo) que induce a acelerar procesos, a ahorrar costos, a reducir tiempos, a premiar a los empleados por hacer más rápido su trabajo.
Lamento mucho la muerte de estos dos menores, le doy mi más sentido pésame a sus familiares, especialmente a su madre y esperemos que pronto se esclarezcan los terribles hechos. No pueden repetirse.
La vida de un niño es sagrada. La muerte accidental de menores de edad es un fracaso nuestro como sociedad. Nos incumbe a todos. Nos rompe el corazón a todos.