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Nuevo León

Las leyendas más escalofriantes de Nuevo León

Por: María Fernanda Colunga

31 Octubre 2025, 12:00

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En los rincones del estado, el murmullo del pasado revive en parques, túneles y hospitales donde pareciera que el miedo se acomoda a vivir.

Las leyendas más escalofriantes de Nuevo León

Nuevo León no solo vive del ruido de sus avenidas ni del acero que forjó su carácter. Cuando cae la noche y la neblina se posa sobre el Cerro de la Silla, la ciudad respira otro aire: el de las historias que no mueren. Hay quienes dicen que estas leyendas no son cuentos, sino recuerdos que se niegan a desvanecerse.

A continuación, un recorrido por cinco relatos que han marcado la historia del estado durante años, permaneciendo vivos entre las sombras y los susurros regiomontanos.

La novia del Parque Fundidora

En los pasillos que alguna vez retumbaron con el clangor del acero, aún se escucha el eco de un vestido blanco que navega sin rumbo. Se dice que una joven obrera esperaba al hombre que trabajaba en las viejas naves, que soñó con el matrimonio y nunca lo vivió. La explosión que truncó su vida marcó también el lugar: cuando cae la noche y la neblina se posa sobre las vigas oxidadas, un suspiro parece ascender por las escaleras metálicas.

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Testigos aseguran sentir frío repentino al caminar junto al horno abandonado del parque, donde las máquinas ya no rugen pero algo vigila en silencio. En los recorridos nocturnos que ese lugar organiza, entre luz tenue y sobrecogimiento, la figura de la novia es invocada más como presencia que como historia: no espera al prometido, espera que alguien entre al silencio que ella no puede dejar.

Agapito Treviño

A caballo, al filo de la luna, recorría tierras agrestes y caminos polvorientos: así se cuenta que cabalgaba Agapito Treviño, el bandolero que robaba a los poderosos y ocultaba su botín en la naturaleza de Nuevo León. Su leyenda se anida en la cueva de la Boca, donde murciélagos alzan vuelo al atardecer como levantando el telón de un misterio.

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Dicen que su fortuna sigue intacta, esperando al osado que la reclame, mientras su fantasma cabalga sin rumbo por senderos olvidados. Se afirma que en noches sin luna, su silueta aparece sobre la sierra y su risa se mezcla con el aletear de alas en la cueva. Algunos, con linterna en mano, han sentido su presencia helada al explorar el sitio —y deciden marcharse antes de que la oscuridad les muestre qué más se oculta en los recovecos.

El Hombre Pájaro

Desde los años ochenta, habitantes de Monterrey narran encuentros con un ser de casi tres metros, cubierto de plumas oscuras y con ojos rojos que brillan en la noche. Lo llaman el Hombre Pájaro, y suele aparecer en los alrededores de La Huasteca y el Cerro de la Silla. Algunos aseguran haberlo visto descender en picada o planear entre los riscos, acompañado de un chillido metálico que hiela la sangre.

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Otros afirman que su presencia es un mal presagio: donde el Hombre Pájaro se deja ver, algo terrible ocurre después. Aunque nunca se ha logrado probar su existencia, el mito sigue creciendo con cada relato nocturno, recordando que en Monterrey hay criaturas que solo se atreven a volar cuando nadie las ve.

La enfermera del IMSS Clínica 25

En el hospital donde el dolor se vuelve rutina, aparece una silueta blanca en los turnos nocturnos, una enfermera que trae consigo la agonía y la compasión que ya no encuentra descanso.

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Se cuenta que murió durante una epidemia y desde entonces recorre los pasillos del décimo piso. Pacientes aseguran que, cuando cerraron las puertas del elevador y todo quedó detenido en la oscuridad, apareció en la cabina una sombra con bata antigua, y afirmó: “Ya vine por él”. Después, todo volvió a moverse. Los trabajadores susurran que cuando alguien no quiere morir, algo en su aura queda atrapado —y el hospital parece conservarlo. Una inyección que nadie pidió, una camilla que se mueve sola: la enfermera recorre los sueños rotos para encontrar alivio en vidas que nunca descansaron.

El túnel del Diablo

Bajo las calles que los autos ya no recorren, en un túnel cargado de grafitis y abandono, se escucha un crujido que no es de los escombros. Es el túnel al que los más valientes llaman “del diablo”: paso subterráneo que atravesó guerras, refugios y rituales oscuros.

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Quienes lo cruzan durante la noche comentan que, a mitad de trayecto, las paredes parecen estrecharse, el aire se hiela y la linterna titila al compás de un murmullo que no logran identificar. Algunos afirman haber visto una luz roja al fondo del túnel, o escuchado un gruñido que les heló la sangre. La leyenda advierte: no basta con atravesarlo, lo más difícil es salir sin llevarse algo más que el eco de lo que ocurrió ahí.

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