En un terreno baldío aledaño a la colonia Mirador de San Antonio, en Juárez, Nuevo León, autoridades y familiares de desaparecidos encontraron un patio trasero convertido en una fosa clandestina para aquellos que fueron asesinados por el crimen organizado.
En medio de la maleza, se descubrieron al menos dos cadáveres, que habían permanecido ocultos durante mucho tiempo.
El primer descubrimiento fue una maleta que ocultaba los restos humanos tanto dentro como fuera de ella, evidenciando el salvajismo de la naturaleza que había devorado parte de la víctima.
A unos 50 metros de distancia, se encontró una osamenta semi-enterrada, sugiriendo que más víctimas podrían estar enterradas en el área.
El despliegue policial abarcó más de 600 metros de la escena del crimen, extendiéndose también a una propiedad cercana ubicada entre las calles Ciénega de Flores y Allende, donde, hace cinco meses, se habían encontrado restos mutilados.
Los vecinos señalaron que la casa era utilizada por malvivientes para intoxicarse y vender drogas.
Las autoridades, ante la gravedad de los hallazgos, acordonaron tanto el baldío como la propiedad contigua.
La policía de Juárez tomó medidas para investigar a fondo este descubrimiento, mientras que los vecinos quedaron preocupados ante la brutalidad de lo que se había descubierto en su colonia.