Lo que para muchas personas podría sonar a metáfora, para ellas fue una realidad: primero vivieron en el infierno, y, ahora sienten que, por fin, respiran en el cielo de tener oportunidades.
Así describen su historia dos mujeres privadas de la libertad que pasaron años en el extinto penal de Topo Chico, donde la autogobernabilidad ejercida por grupos criminales marcó su vida con miedo, abusos y silencio.

Relatan que, dentro de aquel penal, la violencia y las agresiones eran parte del día a día.
“Siempre estabas con el miedo de que a lo mejor hoy me toca a mí, lo que vi que le hicieron ayer a mi otra compañera, en muchas ocasiones fuimos víctimas de acoso y de abusos”, recuerda Valentina, quien lleva más de 13 años en prisión.
La otra coincide en que los problemas internos y la falta de autoridad, sobrepasaban las condenas a las que habían sido sentenciadas.
“A veces tenías que dormir con unos tenis cerca de ti o algo por cualquier cosa que pudiera suceder, porque todo lo que sucedía en el área de hombres pues venía perjudicando al área de mujeres bastantísimo”, señaló Emma, al recordar cuando estaba en su celda en el penal del Topo Chico.
Ambas describen cómo la falta de control institucional las dejaba a merced de quienes imponían sus propias reglas.
“Era un grupo privilegiado y las demás que pagábamos cuotas éramos “las hediondas”, así nos decían ellos. Entonces no sabías si podía pasar un loco y cómo él sabía quién eras, se te podía aventar o te podía hacer algún daño”, narró Emma.
Con el cierre del Topo Chico y la transformación del sistema penitenciario en el estado, fueron trasladadas al Centro de Reinserción Social Femenil, donde, aseguran, inició una nueva etapa.
“Todo el día tenemos actividades, está el spinning, la yoga a la que nos gusta hacer ejercicio, la actividad de softbol, hay un equipo que se llama 'Amazonas' y ahorita yo soy pitcher de ese equipo”, dijo Valentina, con una sonrisa en su rostro.

En su nuevo espacio encontraron orden, acompañamiento y acceso a programas de estudio y apoyo emocional.
“Aquí en este lugar el que estudia se valora, el que trabaja, se valora, a pesar de que puede ser más estricto el lugar aquí por la autoridad, eso algo que también te ayuda a avanzar, te ayuda a crecer, te ayuda a salir de tu zona de confort”, señaló Emma.
Ambas están a punto de ingresar a la universidad. Hoy, en lugar de miedo, hablan de esperanza; en lugar de sobrevivir, hablan de reconstruirse y esto lo ven inclusive sus familiares, como el papá de Valentina.
“Antes no podía hablar con él y hace poco me decía que se sentía muy orgulloso de mi porque terminé de estudiar y porque voy a entrar a la universidad, porque siempre les di dolores de cabeza”, contó.
