Mientras los termómetros rebasan los 40 grados bajo el implacable sol lagunero, la sed, el calor y la impotencia se han vuelto parte de la rutina diaria de cientos de familias sampetrinas que viven con la desesperante escasez de agua.
En esta ciudad ubicada a tan solo 60 kilómetros de Torreón, el vital líquido escasea más que nunca, y la promesa de “agua para todos” que alguna vez pronunció el gobernador Manolo Jiménez Salinas, hoy parece solo un eco lejano.
En medio de las olas de calor que golpean sin tregua a la región, los habitantes tienen que ingeniárselas para conseguir agua, muchas veces comprándola a pipas particulares de dudosa procedencia que cobran entre 250 y 300 pesos por un tanque.
“El agua ya no es un derecho, es un privilegio. Solo el que tiene dinero puede pagarla. Los demás nos bañamos con cubetas o de plano no nos bañamos”, expresó entre lágrimas doña Ernestina, una madre de familia de la colonia Luis Donaldo Colosio.
El enojo y la frustración crecen cada día entre los ciudadanos, quienes señalan la inacción de las autoridades municipales y estatales ante la crisis.
A pesar de los constantes reclamos,todas las administradores que han pasado por la región incluyendo a la actual encabezada por la alcaldesa Brenda Guereca no ha logrado dar una solución efectiva al desabasto, mientras que las palabras del mandatario estatal se diluyen como gotas en el desierto. “Prometió agua para todos, y ahora ni para tomar tenemos”, lamentó Juan, habitante de la colonia Francisco I. Madero.
En muchos hogares, los niños van a la escuela sin haberse podido bañar, y en otros, las familias almacenan el poco líquido que consiguen para apenas cubrir lo indispensable: beber, cocinar y mantener una mínima higiene.
Algunas viviendas no han recibido agua en sus llaves desde hace semanas.
“Nos tratan como si no fuéramos humanos”, dijo Marisela, quien asegura que en su casa no llega agua desde hace más de 20 días. “Nosotros también valemos. ¿Qué están esperando? ¿Una tragedia por deshidratación? ¿Que se enfermen nuestros hijos?”
Mientras la autoridad guarda silencio, la población sigue resistiendo, resignada a una vida sin agua, a un calor que quema la piel y a promesas que nunca llegaron.
La sed no espera, la necesidad no entiende de excusas.
Y en San Pedro, el agua, que debería ser un derecho humano, se ha convertido en el lujo de unos cuantos.