Las calles de Saltillo vivieron una escena fuera de lo común el pasado viernes por la tarde. Una caravana de grúas recorrió lentamente la ciudad, no por un operativo ni por un accidente, sino como homenaje a un hombre que dedicó su vida entera a ellas: Nicolás Muñiz, mejor conocido como Don Nico.
Su ataúd reposaba sobre una grúa de plataforma, al frente del cortejo, en su último viaje. Pero no era un traslado cualquiera: era el cumplimiento de su última voluntad.
Don Nico comenzó su historia entre fierros y motores desde los 14 años, cuando ayudaba a su padre con las grúas que trabajaban para la Comisión Federal de Electricidad. Desde entonces, la pasión por ese oficio lo marcó para siempre.
Con el paso del tiempo, forjó su propio camino, levantando un taller y haciéndose de sus propias unidades. Trabajó incansablemente hasta que la salud le puso una pausa definitiva: una embolia lo sorprendió a los 58 años.
Pero incluso en sus últimos días, Don Nico pensaba en grande. Dejó dicho que deseaba despedirse de su vida como vivió: sobre una grúa, rodeado del mundo que amaba. Y así fue.
Compañeros del gremio, amigos de toda la vida y vecinos solidarios se unieron en una caravana de grúas, que lo llevó por última vez a su taller y a su hogar. Algunos testigos no pudieron evitar las lágrimas al ver cómo, con respeto y cariño, lo acompañaban por las calles de la ciudad en un gesto pocas veces visto. La grúa que encabezó el cortejo fue facilitada por Grúas del Norte , una empresa con la que colaboró durante años.
Hoy, Don Nicolás Muñiz es recordado no solo por su experiencia con las grúas, sino por su bondad y generosidad. Siempre estaba dispuesto a tender la mano, a ayudar sin esperar nada a cambio, y a enseñar el oficio a quienes querían aprender.
El rugido de los motores que lo escoltaron no fue un adiós cualquiera. Fue un homenaje. Una forma de decirle gracias al hombre que vivió, trabajó y partió entre grúas.