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Las leyendas más aterradoras que nacieron en Coahuila

Por: María Fernanda Colunga

31 Octubre 2025, 16:45

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Entre fantasmas, novias eternas y almas que no descansan, las leyendas más aterradoras de Coahuila revelan un pasado místico lleno de amor, muerte y misterio.

Las leyendas más aterradoras que nacieron en Coahuila

Entre las sierras y desiertos de Coahuila, el viento lleva consigo más que arena: arrastra susurros, promesas rotas y sombras que no conocen el descanso. En sus pueblos, las noches son largas y las historias, eternas. Las calles empedradas, las iglesias antiguas y las casas de adobe guardan secretos que se cuentan en voz baja, cuando el silencio pesa demasiado.

Las leyendas de Coahuila son reflejo de su gente y su pasado: relatos de amor truncado, apariciones inexplicables y almas que no encuentran paz. Escucharlas es adentrarse en un mundo donde lo real y lo sobrenatural se confunden, y donde cada historia parece advertirnos que hay cosas que nunca deberían olvidarse.

La novia vestida de blanco de General Cepeda

Cuentan que en la antigua villa de Patos, hoy General Cepeda, vivía una joven que esperaba casarse con un militar de la guarnición del general Victoriano Cepeda. La boda estaba lista, el vestido preparado, y la ilusión brillaba como las luces de la plaza. Pero el destino la traicionó cuando, la víspera de su matrimonio, su prometido fue llamado al combate en San José del Refugio y jamás regresó.

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La noticia de su muerte la llevó a la locura. Desde entonces, la muchacha comenzó a vagar por las calles del pueblo, envuelta en su vestido blanco, caminando las mismas rutas que la llevarían a su boda. Los vecinos dicen que su espíritu sigue apareciendo cada noche, avanzando con paso firme, sin tocar el suelo, con un ramo de flores marchitas entre las manos. Quienes la han visto aseguran que no inspira terror, sino una tristeza profunda: la de un amor tan fiel que ni la muerte pudo apagarlo.

La niña del panteón de Torreón

Cuentan los habitantes de Torreón que, hace muchos años, una madre llegó al cementerio para despedirse de su hija pequeña. Entre lágrimas, le prometió que un día volverían a estar juntas. Antes de marcharse, entregó al velador una muñeca y le pidió cuidar la tumba de la niña. Desde entonces, cada mañana el hombre encontraba la muñeca fuera de su lugar, siempre sobre la misma banca, como si alguien la hubiera dejado ahí durante la noche.

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Intrigado, el velador decidió vigilar la tumba. Fue entonces cuando la vio: una niña luminosa, de rostro sereno, caminaba entre las tumbas con su muñeca en brazos. Al principio sintió miedo, pero pronto se acostumbró a su presencia y llegó a verla como un pequeño ángel que no encontraba descanso. La niña le explicó que esperaba a su mamá, porque le había prometido regresar. El velador la acompañó durante años, hasta que una noche la niña tocó a su puerta para despedirse: su madre volvería al día siguiente. Y así fue. A la mañana siguiente, la madre fue enterrada junto a su hija.

Desde entonces, muchos visitantes del Panteón Municipal de Torreón han informado haber visto a la madre y a la hija caminando juntas de la mano, como si estuvieran finalmente reunidas.

El Callejón del Diablo en Saltillo

En el corazón del viejo Saltillo, donde las sombras parecen alargarse más de lo normal, existió un comerciante español llamado Juan. Había llegado con su familia en busca de fortuna, y sus recorridos por el centro eran parte de su rutina diaria. Una tarde, mientras atravesaba el estrecho Callejón Cuauhtémoc, un hombre misterioso —que dijo llamarse Blas— se le acercó para revelarle una traición: su esposa lo engañaba con alguien más joven.

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Cegado por la rabia, Juan corrió a su casa decidido a descubrir la verdad. Oculto entre las sombras, vio llegar al supuesto amante y, dominado por la furia, se abalanzó sobre él con un cuchillo. Solo después del último golpe, cuando la sangre ya cubría sus manos, comprendió la tragedia: aquel joven era su propio hijo. Desde entonces, Juan perdió la razón y juraba que el mismísimo diablo lo había guiado a cometer el crimen, pues nunca se halló rastro alguno del tal Blas.

Dicen los vecinos que, en noches de silencio, aún se escucha el eco de un llanto desgarrador que recorre el callejón. Algunos aseguran haber visto una figura de hombre, con los ojos desorbitados, buscando entre las sombras al demonio que lo llevó a la locura.

La campana castigada de la Catedral de Santiago

Dicen que hace muchos años, un joven acólito acompañó a un monaguillo hasta lo alto de la torre para repicar las campanas durante la misa. La mañana era luminosa, y el sonido metálico debía anunciar la devoción de un pueblo entero. Pero en medio del repique, la tragedia cayó con fuerza de acero.

El muchacho se acercó demasiado al bronce oscilante y, en un instante, el badajo lo golpeó con violencia en la cabeza. El niño cayó inconsciente y, poco después, murió sin que nadie pudiera hacer nada. La tristeza cubrió la iglesia y el sacerdote, abrumado por el dolor y la culpa, tomó una decisión insólita: castigar a la campana asesina. Desde entonces, quedó muda, condenada a no sonar jamás, como si la culpa también pesara sobre el metal.

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Hasta hoy, quienes visitan la Capilla del Santo Cristo aseguran que, en las noches silenciosas, cuando el viento sopla entre las torres, puede escucharse un eco apagado, como si la campana intentara llorar su penitencia eterna.

La Taconera de Saltillo

Dicen los habitantes de Saltillo que, en las noches más silenciosas, el eco de unos tacones resuena sobre el asfalto del periférico Luis Echeverría. Quien los escucha afirma que pertenecen a una joven hermosa de mirada verde y piel perlada, conocida entre los vecinos como La Taconera. Cada noche, la muchacha salía a recoger a su madre del trabajo, caminando con paso firme, sin imaginar que su rutina se convertiría en leyenda.

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Una de esas noches, un hombre intentó atacarla. Desesperada, la joven logró escapar, pero al correr hacia la carretera fue arrollada por un automóvil. Su cuerpo quedó inmóvil en medio de la calle, mientras sus tacones seguían resonando en la memoria de quienes la conocieron. Desde entonces, muchos conductores aseguran escuchar el repiqueteo de sus pasos sobre el pavimento, y algunos juran haberla visto caminar bajo la luz tenue de los faroles… justo antes de desvanecerse en la oscuridad.

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